lunes, 7 de abril de 2014

Capitán América, el Soldado de Invierno. 136 mins. 2014


Frank Miller y Stan Lee son el Homero y Virgilio de estas épocas turbulentas, lo digo sin ningún empacho ni exageración. La industria del cine se ha alimentado de sus historias durante las últimas dos décadas, dejándonos fecundos universos plasmados en films que han entretenido como función primordial, pero que a la postre, han resultado estar a la altura de los momentos clásicos del género épico proponiendo reflexiones axiológicas sobre el mundo.
Los valores del Capitán América son más que evidentes: en la superficie, un patriotismo cursi, ingenuo, y un marcado antinazismo.  Nació para eso, para exaltar a la nación en las vísperas de una guerra cruenta. Pero también es la historia de un dios que nace de su debilidad. Un chico flaco del que todos tomaban ventaja, defendiendo siempre al débil del poder abusivo.
En ello me quiero centrar: el Capitán América es un personaje diseñado para contrariar los abusos de poder. Y si en la primera película de este renovado personaje, ese poder era el nazismo de Cráneo Rojo, la burocracia, la política sucia; en esta, la historia es muchísimo más compleja.
Y con compleja quiero decir oscura, inquietante, punzante, una pregunta que va surgiendo con la intriga de la trama. A medida que El Soldado de Invierno se desarrolla, las líneas entre el bien y el mal se van volviendo difusas. Los guionistas, Christopher Markus y Stephen McFeely han sabido darle una nueva vida a la historia, acercándola más a los trabajos de adaptación cinematográfica de Miller y las novelas gráficas de Allan Moore.
Ya no está el espectador frente a un personaje plano, sino la profundidad le alcanza. Por momentos esa profundidad es un pozo profundo de desesperación y soledad. La del veterano de guerra. Lo persiguen los muertos.
En otras, esa caída al vacío del personaje es la ruptura de sus lazos de fe. El personaje ve perderse su utopía y el mundo real le da como bienvenida la marginación. Aquí vuelve a surgir las características de la épica: ¿acaso no es un Ulises viajando a Ítaca, este Capitán América recobrando sus pedazos perdidos en la inmortalidad?
No va a volver. Pero cada hazaña le hace sentir más cerca. Aquí la tragedia. Porque el personaje si algo mantiene incólume es su inocencia y bondad. El mundo parece desmoronarse como terrones de arena ante un mar violento y el Capitán América resiste, emergiendo entre las aguas como un Dios antiguo.
Vuelve, para señalar a sus traidores. Vuelve, para hacer justicia. Vuelve, para llamar a las agencias de seguridad del gobierno estadounidense lo que son: unos nazis. Este es el golpe maestro de la película, este atrevimiento. 
Puede la gente exigir que sean más claros en este reclamo, pero olvidarían que detrás de esta sutileza, está el éxito del mensaje. No se trata de una protesta enfurecida, se trata de una reflexión axiológica: lo que está haciendo el poder, en este momento de la historia, atenta contra el bien que protege el héroe.
No esperé ver tanto en esta película. Mi sorpresa se duplica al pensar en los millones de espectadores que tiene y tendrá. Cada uno llevando el mensaje: una afrenta a los estados de control, una reivindicación al periodismo de datos y a los leaks, aunque sea tímidamente, pero está aquí, tocando las puertas de cada casa donde el film llegue. Nada más poderoso que una idea, postula Nolan. Aquí está el virus que los hará florecer.