lunes, 24 de junio de 2013

Central America. Julio Serrano Echeverría. Magna Terra.



Magno discurso dado en ocasión de la presentación del libro Central America del bardo Julio Serrano, en Xelajú a los 16 días de marzo del 2013. 

Es una alegría presentar el libro de un hermano y más si es en casa, con la familia, llenos de cariño. Es un suceso feliz que este libro se presente en casa porque el libro se trata de perderla y de buscarla y aquí estamos reencontrándola.
En esta casa hermosa-ciudad perfecta, donde por las tardes puede mirar uno como las lomas se vayan llenando de árboles que surgen contra el sol. O las bandadas de azacuanes con sus pequeñas alas oscuras a decir que tras ellas la lluvia caerá para hacer germinar más bosque en las lomas, en los cerros y volcanes.
Hay que ver esa laguna donde el cielo se mira la cara en un cráter dormido bajo sus aguas.
Hay que oír lo bonito que es decir Chikabal por la mañana.
Pensar en todos los amigos de infancia y escucharlos tocar la puerta de casa para salir a jugar.
Los amores y sus dulces construcciones de luz.
Entonces hay que imaginar un día largo con un sol violento. Un sol violento llamado poder que se crece rojo en su incendio y  todo lo va secando.
Que todo se va volviendo arena, pequeños granos dorados que el viento se lleva en forma de nubes.
Que el abandono yace bajo el mismo sol que hace arder el polvo.
De cómo la casa se vuelve un iglú puesto en una carretera de Sonora y se nos esfuma.
De cómo existir en este sitio es una afrenta terrible que se paga con la vida.
De cómo los hijos nacen con el huerto lleno de hormigas.
De cómo vivir aquí es tener un rifle apuntándote a la nuca, todo el tiempo.
Y entonces estamos en casa hoy, y una horca nos espera en cada esquina.
Pero la vida no se rinde, no se dobla y se imagina distinta.
Un dinosaurio soñando que baila un vals.  
Una ballena queriendo sostener una flor con sus torpes aletas.
Y soñamos una vida mejor y queremos que sea y hacemos que lo sea
Aunque eso signifique volverme invisible al sol. Retirarme al mundo de las sombras. Tomar los caminos de los abuelos hasta las fuentes más cristalinas. Aunque nos toque tomar el agua sólo de noche para que nadie nos mire.
Y la poesía de Julio puede hacer un retrato de ese viaje.
Porque la poesía fotografía lo imposible.
Y somos ahora esos pequeños azacuanes volando hacia el norte en bandadas dispersas. Volando a campo traviesa, por las avenidas largas entre los autos, las pasarelas, los barrancos, lo que sea.
Dejamos atrás las piras en los campos, las casas ardiendo con las hamacas y los cántaros.
Dejamos la sangre regada junto a la leche.
Y nos vamos montando la bestia.
Allá va quedando Clara, que ahora echa tortillas en silla de ruedas pero cuando sueña, se sueña con piernas.
Allá va quedando Manuel, secuestrado por los zetas.
Y vienen las tormentas de arena y las fronteras alambradas, espigadas, y el continuo acecho del rifle.
Pero nosotros somos invisibles.
Como la mano que acaricia el agua para hacer las olas en la laguna.
Qué bonito es decir Chikabal una mañana mientras atravesás el desierto. Sentís el agua fresca mojarte los pies, humedecerte los labios.
Y el poeta te saca una foto mientras soñás un manantial en el desierto.
Y el poeta le saca una foto al a vida y a la vida que le antecedió a esa vida y a la vida que será después de esta.
Julio le saca una foto a la vida completa. Un film prodigioso proyectándose en una sábana de tu cama de niño.
Un sueño dulce, roto y triste. El de una patria con tres tiempos de comida.
Querer ser por un momento alguien y que los rifles se vuelvan palos de durazno echando flor.
Y que esas flores sean estos poemas.

Una carta larga para decirte, no te olvidamos hermanito. Vos siempre tenés una casa en mi pecho.  

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