Magno discurso dado en ocasión de la presentación del libro Central America del bardo Julio Serrano, en Xelajú a los 16 días de marzo del 2013.
Es una alegría presentar el libro de un hermano y más
si es en casa, con la familia, llenos de cariño. Es un suceso feliz que este
libro se presente en casa porque el libro se trata de perderla y de buscarla y
aquí estamos reencontrándola.
En esta casa hermosa-ciudad perfecta, donde por las
tardes puede mirar uno como las lomas se vayan llenando de árboles que surgen
contra el sol. O las bandadas de azacuanes con sus pequeñas alas oscuras a
decir que tras ellas la lluvia caerá para hacer germinar más bosque en las
lomas, en los cerros y volcanes.
Hay que ver esa laguna donde el cielo se mira la cara
en un cráter dormido bajo sus aguas.
Hay que oír lo bonito que es decir Chikabal por la
mañana.
Pensar en todos los amigos de infancia y escucharlos
tocar la puerta de casa para salir a jugar.
Los amores y sus dulces construcciones de luz.
Entonces hay que imaginar un día largo con un sol
violento. Un sol violento llamado poder que se crece rojo en su incendio y todo lo va secando.
Que todo se va volviendo arena, pequeños granos
dorados que el viento se lleva en forma de nubes.
Que el abandono yace bajo el mismo sol que hace arder
el polvo.
De cómo la casa se vuelve un iglú puesto en una
carretera de Sonora y se nos esfuma.
De cómo existir en este sitio es una afrenta terrible
que se paga con la vida.
De cómo los hijos nacen con el huerto lleno de
hormigas.
De cómo vivir aquí es tener un rifle apuntándote a la
nuca, todo el tiempo.
Y entonces estamos en casa hoy, y una horca nos espera
en cada esquina.
Pero la vida no se rinde, no se dobla y se imagina
distinta.
Un dinosaurio soñando que baila un vals.
Una ballena queriendo sostener una flor con sus torpes
aletas.
Y soñamos una vida mejor y queremos que sea y hacemos
que lo sea
Aunque eso signifique volverme invisible al sol. Retirarme
al mundo de las sombras. Tomar los caminos de los abuelos hasta las fuentes más
cristalinas. Aunque nos toque tomar el agua sólo de noche para que nadie nos
mire.
Y la poesía de Julio puede hacer un retrato de ese
viaje.
Porque la poesía fotografía lo imposible.
Y somos ahora esos pequeños azacuanes volando hacia el
norte en bandadas dispersas. Volando a campo traviesa, por las avenidas largas
entre los autos, las pasarelas, los barrancos, lo que sea.
Dejamos atrás las piras en los campos, las casas ardiendo
con las hamacas y los cántaros.
Dejamos la sangre regada junto a la leche.
Y nos vamos montando la bestia.
Allá va quedando Clara, que ahora echa tortillas en
silla de ruedas pero cuando sueña, se sueña con piernas.
Allá va quedando Manuel, secuestrado por los zetas.
Y vienen las tormentas de arena y las fronteras
alambradas, espigadas, y el continuo acecho del rifle.
Pero nosotros somos invisibles.
Como la mano que acaricia el agua para hacer las olas
en la laguna.
Qué bonito es decir Chikabal una mañana mientras
atravesás el desierto. Sentís el agua fresca mojarte los pies, humedecerte los
labios.
Y el poeta te saca una foto mientras soñás un
manantial en el desierto.
Y el poeta le saca una foto al a vida y a la vida que
le antecedió a esa vida y a la vida que será después de esta.
Julio le saca una foto a la vida completa. Un film
prodigioso proyectándose en una sábana de tu cama de niño.
Un sueño dulce, roto y triste. El de una patria con
tres tiempos de comida.
Querer ser por un momento alguien y que los rifles se
vuelvan palos de durazno echando flor.
Y que esas flores sean estos poemas.
Una carta larga para decirte, no te olvidamos
hermanito. Vos siempre tenés una casa en mi pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario